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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Capítulo nueve

30 de noviembre por la mañana. Ya es el cumpleaños de Ali, y Liz decide llamarla, con la poca batería que tiene.
-¿Sí? -responde una voz llorosa.
-¡Felicidades, enana!
Lo que Liz no entiende es por qué su amiga rompe a llorar en seguida.
-Gracias, cielo.
-De nada pero... ¿Qué... qué pasa?
-Liz, estoy en España. Han atropellado a mi abuela y está muy grave. -solloza.
-¿Qué? A ver, a ver, lo primero, se va a poner bien, ¿vale? Seguro que de regalo de cumpleaños se pone bien.
-Está fatal. Como la pierda, no voy a saber qué hacer.
-¡Es que no la vas a perder! Te prometo que se va a poner bien.
-No prometas eso... Puede pasar cualquier cosa.
-Bueno, escúchame, que sepas que Diana y yo estamos contigo para todo, ¿eh?
-Vale. -dice con un hilo de voz.
-¿Quieres que vaya?
-No, no, quédate allí, gracias.
Un pitido interrumpe la llamada.
-Alice. No me queda batería casi. Se fuerte, ¿vale?
-Vale, gracias, te quiero.
-Te quiero enana. -susurra antes de que la llamada se corte debido a la falta de batería.
Liz guarda el móvil, aún con la boca abierta. No se lo puede creer. Baja a desayunar, es la primera en levantarse, ya que quería llamar pronto a Ali. Tenía en plan volver a dormirse, pero no puede, se ha desvelado. Coge un par de magdalenas y moja una de ellas en la leche. Está triste. Por Ali. Su Ali.

Suena 'Bad Day', de Daniel Powter en el IPod de Ali. No puede más, su abuela cada vez está peor. Se acerca a ella y le coge la mano. Se nota que le cuesta respirar, que gracias a una máquina lo hace. La mira a la cara, y sonríe levemente. Le besa la mano y le dice todo lo que le quiere. En su mente, lo único que hace es rezar para que la promesa de Liz sea verdad, y que su abuela se ponga bien. Es el único regalo que quiere para su cumpleaños.
En ese momento, un médico entra por la puerta.
-Hola. -le saluda ella bajito.
-Hola. -dice sonriente. -Buenas noticias.
El doctor le explica los pocos síntomas de su abuela y, poco a poco, Ali va sonriendo, alegrándose más que nunca.

Ya es la hora del almuerzo, y Harry decide ir a por Liz. Puede invitarla a comer a su casa. Toca a la puerta, y la abuela de Liz abre sonriente.
-Hola. Tú eres el chico que hace sonreir siempre a mi nieta, ¿no? -dice sin miedo alguno.
El jóven se pone rojo. ¿En serio es eso así?
-Eh, yo... Harry, encantado. -sonríe extendiendo la mano.
La abuela sonríe también. Le da la mano. Liz aparece por detrás y corre hacia Harry, abrazándole.
-¡Harry! ¿Qué haces aquí?
-¿Vienes a comer a mi casa?
Liz mira a su abuela, que asiente sonriendo.
-Pero no vuelvas tarde. Tienes que ayudar a tus tías con el juego de pistas para los niños.
-¿Cómo?
-Esta noche vamos a hacer una especie de fiesta con juegos, ya sabes, para que los niños no estén tan aburridos. Y en uno de los juegos los niños tienen que buscar pistas, y al final se acaban encontrando chucherías.
-Ah, ¡vale!
-Harry, ¿quieres venir tú también? Y te quedas a cenar.
-Por mí encantado.
-Pues ya está. Hasta luego, abuela.
-Adiós.
Los dos jóvenes andan hacia casa de él, donde les espera el mejor arroz al horno casero de todo Holmes Chapel.

El médico acaba de anunciar que la abuela de Ali y Lau está fuera de peligro. Y estas, junto a su madre, están junto a ella, esperando a que al final despierte. Y no tarda demasiado. Al poco tiempo, la anciana va abriendo sus débiles ojos, haciendo que los de las hermanas y su madre se inunden de lágrimas de alegría y la abracen fuertemente.

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