27 de noviembre. Liz está en el asiento de atrás del coche, yendo junto a sus padres a aquella ciudad en la que vivió durante sus primeros cinco años. Por una parte, le emociona saber que va a volver a su sitio de antes, y tal vez vea a uno de sus amigos. Pero por otra, le jode lo que ha pasado con Ali y Diana. Las ha dejado allí en Londres, y ella está yendo a Cheshire.Por eso, lleva un día sin hablarse apenas con su madre. Entonces, divisa una pequeña casa azul entre el campo, seguida de otras varias, hasta formar un grupo muy grande. Es Cheshire: Su hogar. Una lágrima resbala por su mejilla al pasar por ese parque en el que ha estado tantas veces. Miles de recuerdos llegan a su cabeza. Su madre aparca el coche en una acera cerca de aquel parque, cerca de su casa. Liz baja del coche, coge su maleta y, sin esperar a sus padres llama a la puerta, que está abierta. De fondo oye ruidos de gente, parecen niños, muchos niños. Es el sonido del ambiente familiar, hacía años que no lo oye. Sonríe y empuja la puerta. Ve su hogar. Sus primos, sus infinitos primos pequeños. Y su abuela, que enseguida va a recibir a Liz con los brazos abiertos.
-¡Hola, abuela!
-¡Cariño! ¡Pero si ya eres una señorita! Si que has crecido...
-Normal, hace cinco años que no te veo.
-Eso es verdad. ¿Dónde están tus papás?
-Fuera, sacando el equipaje... ¿Dónde duermo yo?
-En tu habitación.
-¿La de siempre?
-La de siempre.
Después de saludar a sus primos y tíos, coge la maleta y sube al piso de arriba. Hay muchas puertas, pero una le llama la atención. Sonríe al ver unas letritas rosas en la puerta, formando "LIZA". Eso es, su habitación. Nada más abrir la puerta, miles de recuerdos pasan por su mente. Se acerca a su cama. Es pequeña, pero bonita. Todos sus dibujos enmarcados colgados en las paredes, todas esas muñecas y juguetes, todos esos disfraces de princesa, todas esas películas de Disney... Su cara se inunda de lágrimas. Coge su iPod y lo enciende mientras se coloca los auriculares. Le da a aleatorio, le apetece escuchar cualquier canción. Suena 'Grenade', de Bruno Mars, otro de sus ídolos. Se tumba en la cama, aspirando el olor a suavizante de su abuela que desprende la almohada. Huele a casa. Por fin en casa.
"A cenaaaaaar", oye Liz desde la cocina. Se despierta, y mira la hora, son las ocho y media ¿Se ha dormido todo ese tiempo? ¿Tres horas? Esa noche no va a dormir nada... Se levanta, se peina un poco el pelo con las manos, y baja a cenar.
-Ya era hora, te has quedado dormidita. -ríe la abuela.
-¿Por qué no me habéis despertado?
-Porque se te veía muy agusto. Toma, cógete una hamburguesa y prepáratela como quieras.
-No tengo hambre...
-¡Cómo que no! ¡Si no has merendado! Anda, cena algo, hija.
-Me tomaré una pieza de fruta...
-¿Cómo vas a comer una fruta en todo el día? Venga, yo te preparo un sandwich o algo...
-Que no, abuela, de verdad, que estoy bien, no quiero nada, gracias. -dice sacando una manzana de la nevera y lavándola.
-Bueno, no te voy a obligar...
Liz se come la manzana tranquilamente en un sillón, mientras ve a todos sus primos jugando. Decide llamar a Ali, a ver qué se cuenta.
-¿Diga?
-¡Alice! Soy yo.
-¿Me vas a llamar Alice siempre? -ríe.
-¿No te gusta?
-Mejor que enana... Bueno, ¿qué tal por allí?
-Muy bien, esto está lleno de críos...
-¡Me encantan los niños! ¿Son tus primos?
-Sí, hija, sí... Tengo millones.
-Yo también tengo muchísimos. Pero yo los adoro.
-Y yo, y yo. Pero es que casi todos viven aquí o en Manchester y los veo muy pocas veces.
Alicia ríe.
-Pues aquí estamos Diana y yo viendo una peli... En tres días es mi cumple, ¿sabes? -comenta Alicia entusiasmada.
-Ya, pero no voy a poder estar contigo... Ya te regalaré algo.
-Bueno... Me basta con que me llames.
-No, tonta. Bueno, te cuelgo, que se me gasta la batería del móvil.
-Pues ponlo a cargar.
-Soy tan gilipollas que no me he traído el cargador.
-¡Muy bien, Elizabeth!
-Ya... Intentaré ahorrar. -sonríe.
-Bueno cariño, hasta luego, no me llames mucho que se te va la batería... Besitos, ¡adiós!
-Besos, enana. -y cuelga antes de que Ali se pueda quejar.
Vale. Son las doce de la noche y todos en esa casa están durmiendo. Todos, menos Liz. No tiene nada de sueño. Se levanta, se pone unas zapatillas y una chaqueta-jersey de punto y baja silenciosamente las escaleras. Sale a la calle, va a tomar el aire un poco. Empieza a andar por esas calles silenciosas. Oye ruidos de gente, como una fiesta, y no puede evitar ir. Es un bar. Entra, y ve a una pandilla, son todo chicos. Prefiere salir de ahí, parecen borrachos. Pero alguien la coje por el brazo. Es un hombre, unos cuarenta años le echa.
-Eh, preciosa, ¿tan pronto te vas?
Ya le ha pasado eso más veces. Le ignora y se va del bar.
-¿No me contestas? -vuelve a molestarla el hombre, acercándose a ella. Apesta a alcohol.
-Déjame en paz.
-Eh, eh, preciosa, bája esos humitos.
Respira hondo y se suelta del hombre. Intenta irse a su casa, pero el borracho la persigue. Llega a un callejón más oscuro aún. "Mierda", piensa. El hombre se acerca a Liz, y ella tropieza al suelo. Maldice por lo bajo aquella piedra.
-¿Ahora qué, eh? ¿Eres tan valiente?
Liz pone una mueca de asco, y del agobio empieza a llorar.
-¿Por qué lloras? ¡No te voy a hacer nada, preciosa!
-Me das asco. -no puede evitar decir, pero muy bajito, intentando que aquel tipo no la oiga. En vano.
-¿¡Cómo has dicho!?
-Nada.
-Te he oído, zorra. Yo que tú no iría de chulita por ahí, o vas a acabar mal, ¿me entiendes?
Liz no reponde. El hombre ríe levemente y se desabrocha el pantalón. No puede ser. La pelirroja le mira de nuevo con cara de asco, e intenta levantarse e irse corriendo de allí, pero el hombre la empuja de nuevo al suelo.
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